Quizás la Nochebuena no sea el mejor momento para dejar a alguien. O quizás es tan mal momento como cualquier otro. Lo que está claro es que para mi relación ya es tarde, y solo cabe esta solución, por más dolorosa que sea.
Cuando llego, ella está en el lugar de siempre. La nieve cae en silencio, cubriendo aquellos jardines con un manto blanco que parece ralentizar el tiempo. Dejo escapar un suspiro y me siento en el banco.
—Sabes que nunca he sido bueno con las palabras, pero hoy me toca hablar y a ti escuchar —digo, removiéndome en el frío de la madera mientras los recuerdos me invaden—. Recuerdo cada una de las Nochebuenas que hemos pasado juntos. Riéndonos, comiendo con mis padres… Te recuerdo jugando con mis sobrinos, bailando entre carcajadas y trayendo trozos de turrón acompañados de un beso.
Mi voz tiembla, pero continúo.
—Sabes que te amo. Creo que siempre lo haré. Pero no puedo seguir así. Se supone que estas deberían ser fechas felices y yo ya no lo estoy. Se supone que deberían ser algo más que recuerdos bonitos.
El nudo en mi garganta me obliga a hacer una pausa.
—Necesito salir de esto, seguir adelante, aunque me duela. Porque esto ya no es una relación, mi amor. Nuestros caminos se separaron sin remedio hace tiempo, y lo que ha quedado es una sombra formada de recuerdos y dolor.
Miro el cielo, conteniendo las lágrimas y buscando las palabras entre las estrellas.
—A veces dudo y no sé si esto es lo correcto, pero creo que tengo que despedirme de ti.
Me quito el guante que cubre mi mano y con dedos temblorosos tanteo la fría piedra que la representa.
—Así que no te enfades si ya no nos vemos tanto.
Las lágrimas llenan mis ojos y mis palabras se vuelven irregulares, cargadas del dolor más profundo que puede sentir un ser humano.
—Todos dicen que debería pasar la Nochebuena con la familia en lugar de estar aquí. Y creo que tienen razón.
Me levanto y dejo una flor sobre el banco.
—Feliz Nochebuena, mi amor. Feliz Navidad.
El viento sopla suave, y por un momento, casi creo oír su voz escondida en su melodía. Me giro una última vez antes de marcharme y leo las palabras grabadas en piedra: «Amor eterno: Clara Jurado Gómez, 1991-2024».