Cuando me separé de mi mujer, no sentí tristeza. Sentí alivio. 

O al menos, eso me dije a mí mismo. 

Creí que era el momento de empezar de nuevo, de reconectar con lo que yo quería. 

Me fui lejos, tan lejos como pude. Una casa desvencijada en el fin del mundo me pareció un buen lugar para empezar de nuevo.

La casa estaba lejos de ser un hogar. Vieja, agrietada y abandonada, tal como yo me sentía. Pero reconstruirla me hacía sentir bien, o al menos ocupado.

Todo se puso extraño cuando encontré aquella caja de metal en el sótano.

Estaba limpiando y haciendo sitio a mis herramientas cuando la vi: amarilla, gastada y con un grabado. Se podía leer: “Elige bien”. La abrí por pura curiosidad y dentro encontré una especie de cilindro plagado de números que se podían rotar, consiguiendo distintas combinaciones. Busqué en Google y descubrí que era un «criptex». Suelen tener una combinación y se abren al introducirla correctamente. También tenía una especie de botón en un lateral.

Rebuscando en la caja encontré algo más: una hoja doblada al fondo. Eran instrucciones. Decían:

“Coloca la fecha a la que quieres regresar. Es un viaje solo de ida.”

Las fechas posibles terminaban en hoy, lo que significaba que solo se podía viajar al pasado.

Pensé que era una tontería, un juego o algo parecido, pero sin darme cuenta coloqué la fecha: 10 de junio de 2009. El día que conocí a mi exmujer.

Giré los números hasta formar esa fecha y presioné el botón del lateral, esperando que no pasara nada.

Pero algo pasó.

El sótano comenzó a temblar levemente, como si el mundo entero se resistiera a lo que ocurría. El aire a mi alrededor parecía vibrar, y una luz dorada se filtró entre las grietas del criptex. Quise soltarlo, pero mis manos parecían pegadas a aquella cosa que empezó a emitir un doloroso zumbido agudo. Entonces, grité mientras me desvanecía en el aire y aquel objeto me engullía.

Me desperté sentado en un banco. El sol del verano brillaba con una intensidad que ya no recordaba, y había niños corriendo a mi alrededor. Mi ropa era distinta, más juvenil. Busqué mi reflejo en un escaparate cercano: tenía un rostro que había olvidado, más joven, menos cansado.

Lo entendí todo al ver la cafetería al otro lado de la calle. Allí estaba ella. Mi exmujer, sentada en una mesa junto a la ventana, leyendo un libro y jugando con la cucharilla del café. Justo como la vi aquel día.

Mi corazón latía con fuerza. Era real. El criptex no era una broma. Había vuelto al pasado.

Caminé hacia la cafetería con un nudo en la garganta. Podía sentir el peso de la decisión que estaba por tomar. Si me acercaba, todo volvería a empezar. Cada caricia, cada risa, pero también cada lágrima, cada pelea. ¿Debería hacerlo? ¿O podría elegir no acercarme esta vez y cambiar mi vida para siempre?

Me detuve en la puerta, mirando a través del cristal. Ella levantó la vista, nuestros ojos se cruzaron. Y entonces supe que no podía escapar del amor.

Quizás, solo quizás, esta vez las cosas serían diferentes.

Valía la pena intentarlo.