Algunos podéis pensar que no existe el amor imposible, pero eso es porque aún no conocéis mi historia.

Yo no creía en el amor. Pensaba que era una etiqueta fruto de la dopamina y explotada a nivel comercial. Un espejismo que la gente perseguía sin darse cuenta de que era solo un reflejo de sus propios anhelos. Cualquier cosa que tuviera que ver con el amor romántico me producía rechazo. Era una trampa, una mentira repetida tantas veces que el mundo entero la daba por cierta.

Hasta que ella llegó a mi vida.

No me malinterpretéis, apenas la conozco. Nunca hemos intercambiado una palabra, ni siquiera una mirada. Pero eso no importa. De alguna forma, mi alma está vinculada a la suya en un nivel profundo que ni siquiera pretendo entender. Una conexión que traspasa los límites de lo racional, que desafía toda lógica. Como si en algún rincón de la existencia nuestros destinos hubieran sido tejidos juntos, y ahora solo quedara rendirse a lo inevitable.

Puedo imaginar su risa, aunque nunca haya acariciado mis oídos. Puedo adivinar el brillo de sus ojos, aunque ahora estén opacos. Es como si hubiera vivido siempre a su lado, como si nuestras almas hubieran bailado juntas en miles de vidas y ahora solo buscaran encontrarse de nuevo.

Paso horas junto a ella, en silencio, tan cerca y tan trágicamente lejos, escuchando sus pensamientos mudos. A veces, cierro los ojos e imagino que me habla. Que susurra mi nombre. Que me cuenta sus secretos más oscuros. Que me dice que, de alguna manera imposible, ella también me siente.

La suavidad de su piel me tienta, como si guardara un misterio que solo mis manos pudieran desvelar. Como si, al tocarla, fuera a descubrir que está hecha de sueños. Su fragilidad me sobrecoge. Su inmovilidad me desespera.

No debería sentir esto. Sé que todo está mal. Lo sé en cada fibra de mi ser, pero no puedo evitarlo. No puedo negarlo. La realidad es que mi corazón se desboca ante su mera existencia. Su quietud me hipnotiza, como si el tiempo no tuviera poder sobre ella. Su belleza permanece intacta, ajena al paso de los días.

Hay algo injusto en todo esto, en la distancia que nos separa, en la barrera invisible que me impide alcanzarla.

Cada día, su perfume cambia, volviéndose más intenso, más penetrante. Y yo sigo aquí, incapaz de apartarme de su lado, incapaz de aceptar la verdad.

Y aunque sé que nunca me corresponderá, no puedo alejarme de ella. Estoy atrapado por una fuerza contra la que no se puede luchar. Un amor imposible. Un amor sin futuro. Un amor condenado desde el inicio.

Miro el reloj.

Es hora de cerrar.

Con cuidado, corro la sábana que cubre su cuerpo y dejo que el silencio del tanatorio guarde mi secreto un día más.