Hay actos que se pagan con sangre.
Cuando compré el terreno donde quería edificar mi casa, en él había una vieja encina milenaria. 

Estaba en el mejor emplazamiento para la construcción, así que no me quedó más remedio que cortarla.

Cuando la motosierra hizo mella en el árbol y el tronco se vino abajo, un crujido desgarrador rompió el aire, como si la mismísima naturaleza gritara de dolor.

Aquella noche empezaron las pesadillas. 

Siempre eran parecidas. Mi motosierra se hundía en la corteza del árbol, pero, en vez de serrín, escupía sangre. Horrorizado, despertaba una y otra vez con la sensación de estar asesinando a alguien. 

Pasaron las semanas y empecé a enloquecer. Apenas dormía, y mi pesadilla se mezclaba con la realidad de una forma macabra.

Al llenar un vaso de agua, este aparecía colmado de espesa sangre. Al salir al exterior, las ramas y los árboles me hablaban entre crujidos secos. Podía oír la palabra «asesino» enredada en el viento.

Desquiciado, acudí al tocón de aquella vieja encina. Con lágrimas en los ojos, le pedí perdón y le rogué que me dejara en paz.

Entonces oí su voz, clara y real como cualquier otra cosa:
―Cuando la sangre bañe la herida, serás liberado.

―No lo entiendo ―grité desesperado―. ¿Qué quieres que haga?

No hubo respuesta. Volví a casa, pero todo empeoraba. No podía dormir, y cada vez que cerraba los ojos oía la motosierra y veía la sangre.

Una noche, tras una botella de vino, el sueño me atrapó y lo vi de nuevo. Pero esta vez no era un árbol lo que cortaba, sino una mano humana gigante. Desperté y lloré por varios minutos. Cuando las lágrimas se acabaron, tomé una decisión.

Llegué al tocón cuando el sol despuntaba por el este. Llevaba un hacha pequeña entre mis manos. Me arrodillé de nuevo ante él.

―Cuando la sangre… ―susurré.

Puse mi mano sobre el tocón.

―…bañe la herida…

El hacha bajó con fuerza justo a la altura de la muñeca. Necesité otro golpe para partir el hueso.

―…serás liberado.

Mi mano quedó sobre el tocón mientras la sangre se derramaba por ambos lados. Mi mirada se perdió en el sol creciente e inspiré el aire fresco de la mañana. Sonreí, pero luego una duda acosó mi mente. 

¿Y si no era suficiente?